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Un Amor Robado

Steffen Leidel - CP (15.01.2004)

Bettina Ehrenhaus y su marido, Pablo, fueron secuestrados y llevados al tristemente célebre centro de torturas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Ella sobrevivió, mientras su marido aún sigue desaparecido.

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Bettina y Pablo en tiempos felices, antes de que la dictadura los separase para siempre.Imagen: Leidel

Habían esperado la reunión familiar con mucha alegría. Bettina Ehrenhaus y su marido Pablo habían visto muy poco a sus padres y hermanos en los últimos tiempos. A tres años de la dictadura militar, y aún por miedo a las persecuciones, cambiaban a menudo de domicilio y sólo mantenían contacto telefónico con sus familiares. Cuando parecía que los secuestros disminuían, la familia se animó a reunirse un domingo para almorzar.

A la vuelta, Bettina y Pablo tomaron un taxi. De repente, tres autos les cortaron camino. Hombres con armas de alto calibre bajaron de los vehículos y arrastraron a Bettina y a Pablo fuera del taxi. Los encapucharon y los obligaron a entrar a dos vehículos, por separado. El viaje de Bettina fue corto. "Escuchaba sonidos de aviones que despegaban y coches que pasaban por una calle ancha, sobre el asfalto mojado", cuenta Bettina. "Ahora estás muerta, pensé."

En los calabozos de la Junta

Bettina intuía que la habían llevado al mayor centro de torturas de la Dictadura Militar, la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Este elegante edificio está situado en una de las avenidas más importantes de la ciudad de Buenos Aires, la Avenida del Libertador, no muy lejos del Aeroparque. Entre la población de la ciudad corrían ya entonces terribles rumores sobre lo que pasaba en los sótanos de la ESMA. En total, más de 5.000 personas fueron detenidas allí en condiciones infrahumanas, para ser torturadas y asesinadas.

La tortura comenzó enseguida: A Bettina le vendaron los ojos y la ataron, desnuda, de pies y manos. Tuvo que acostarse en una camilla metálica, para que sus torturadores le aplicaran la temida picana eléctrica, que consistía en repetidos golpes de electricidad, hasta que la víctima perdía el conocimiento. Esto le sucedió también a Bettina. Una radio a todo volumen hacía de "cortina musical", tapando los gritos de las víctimas. "Hasta el día de hoy no soporto el olor a carne quemada y la música de la radio", dice ella. Los hombres querían sacarle información sobre activistas políticos de la organización guerrillera de izquierda "Los Montoneros". "Sólo éramos estudiantes. Yo estudiaba Ciencias de la Comunicación y Pablo Sociología. No pertenecíamos a ninguna organización", cuenta Bettina.

La huída al extranjero

Bettina tuvo que ver repetidas veces cómo torturaban a Pablo. La última vez que lo vio, éste tenía la mandíbula desecha y ya no podía hablar. Poco después, a los dos días, fue puesta en libertad. "Tal vez porque llevaba mi pasaporte alemán", dice Bettina, que volvió a su hogar en estado de schock. "No podía soportar no estar junto a Pablo", cuenta. "Hasta pensé en volver a ese lugar". Diez días después, el padre de Bettina la traslada a casa de unos familiares en Brasil.

El cinismo de los torturadores no conocía límites. Pablo debía analizar periódicos para los dictadores y llamar seguido a sus padres para decirles que estaba bien. Su última llamada fue recibida ocho meses después. En ese momento Bettina estaba en España y esperaba la liberación de Pablo con las valijas hechas, y ansiosa por volver. El padre de Bettina, un conocido solista del Teatro Colón de Buenos Aires, pidió ayuda a la embajada alemana en Buenos Aires. "Un empleado le dijo: No se puede hacer nada. Por los terroristas no podemos hacer nada", relata Bettina, indignada.

Desapareció sin dejar rastros

Pablo nunca más volvió. "Todavía tengo esa absurda esperanza y pienso que tal vez lo liberaron en algún lugar y está confundido, sin saber quién es. Mil veces soñé con que lo vuelvo a encontrar." Bettina se casó otra vez después de muchos años de la desaparición de Pablo, y tiene una hija de 13 años. Viaja por el mundo como cantante de tango. Pero las heridas vuelven a abrirse, por ejemplo cuando pasa por el edificio de la ESMA. "Este edificio todavía es utilizado por las Fuerzas Armadas. Lo pintaron, y colocaron un lindo jardín alrededor. Nada indica que alguna vez fue un centro de torturas. Eso no puede ser", dice. Como para tantos otros familiares de desaparecidos, también para Bettina el nuevo gobierno de Kirchner renovó las esperanzas de poder elaborar los hechos del pasado, partiendo de la verdad y la justicia. "Nadie quiere venganza. Se trata simplemente de que una sociedad basada en mentiras y violencia no tiene futuro."