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¡Qué te calles, coño!

Luna Bolívar Manaut21 de diciembre de 2005

Científicos y filólogos defienden las malas lenguas. Las palabrotas liberan, reducen el estrés, mejoran la conducción y el ambiente en el lugar de trabajo, y son una de nuestras capacidades lingüísticas más antiguas.

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Las palabrotas responden a nuestros instintos naturales y canalizan el estrés.Imagen: Bilderbox

William Shakespeare, Lutero, Mozart o Goethe. Artistas de las obras más bellas y con más sensibilidad que ha creado el ser humano, y grandes maldecidores. Del antiguo Egipto hasta hoy, desde que la humanidad es tal, ha echado pestes por esa boquita, nos recuerda la revista alemana Spiegel. ¿Cómo culparnos nosotros, pobres mortales, por no poder borrar de nuestro vocabulario tanta palabra malsonante y censurada?

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Cada pueblo maldice a su manera. En todos los idiomas existen palabrotas.Imagen: dpa

Pelotudo, huevón, pendejo, gilipolllas

Cada pueblo a su manera, todos las usan: las palabrotas son una forma verbal de expresar estados de ánimo. Para las apelaciones al curso de la vida, los alemanes prefieren las referencias a fecales: "Scheisse" (mierda) es el término elegido para la mayoría de las situaciones en que en Alemania, algo no sale como se pretendía. Y un "agujero del culo" ("arschloch") es ese ser humano indigno de pisar esta tierra.

Los holandeses, americanos y británicos prefieren exponer su repertorio sexual cuando han de maldecir, mientras que los beatos escandinavos recurren mejor a Dios, al Diablo y demás motivos religiosos. Los rusos son más concretos y espetan un sencillo "¡vete a la polla!". Y los irlandeses son capaces de amenazar con hacer "explotar la mierda sobre tu cabeza".

Las alusiones a las prácticas sexuales, sobre todo si se trata de miembros de la familia que podrían quedar deshonrados con tales actos, son sin lugar a dudas las predilectas de los países latinos. De chingar a tu madre en México, los argentinos se mandan "a la concha de tu hermana". Mientras, los órganos reproductores son fijación de los sur europeos: los italianos no pueden dejar de hablar del "cazzo" (pene), ni los españoles del coño (vagina).

Caca, pedo, culo, pis

Trotziges Kind liegt auf dem Boden
Todos los padres intentan que sus hijos no digan palabrotas. Pocos lo consiguen.Imagen: dpa

"Caca, pedo, culo, pis": cuando un niño aprende esta tonadilla vuelve locos a sus padres que, normalmente sin muchos resultados, tratan de evitar por todos los medios que su retoño caiga en las vulgaridades de la lengua. Pero el niño no suele olvidar estas palabras ni mucho menos deja de decirlas: le garantizan atención.

Además, cuando aprendemos una palabrota se graba en nuestro cerebro con más intensidad que una palabra neutral. Tanto que enfermos de Alzheimer o con demencias seniles, que han perdido gran parte de su vocabulario y no recuerdan ni el nombre de sus familiares, siguen acordándose de cómo se maldice.

Las palabrotas son un resquicio de nuestros instintos naturales, de ahí su poder liberador. Estudios científicos han descubierto que, al contrario que el resto del lenguaje, estas palabras se almacenan en el sistema límbico, es decir, la zona del cerebro reservada para todo lo emocional, el aprendizaje y la memoria.

Según cita Spiegel, los neurólogos estadounidenses Adam Anderson y Elizabeth Phelps, descubrieron que las palabrotas escapan de manera incontenible entre nuestros labios cuando las regiones altas del cerebro no pueden soportar el atasco emocional en el sistema límbico.

No todos ven con buenos ojos esta forma natural de relajarse y expulsar la ira. Incluso en algunos países, puede llegar a costar cara. Maldecir está prohibido en Rusia y en ciertas zonas de Holanda o Polonia. En Estados Unidos, cada palabrota en la televisión o en la radio cuesta 275.000 dólares, y el senado discute aumentar la multa a 500.000 dólares si se repiten los "fuck" o los "shit". ¡Joder!