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Merkel y Putin en Siberia

Emilia Rojas Sasse26 de abril de 2006

Subrayar la continuidad en las buenas relaciones entre Alemania y Rusia es uno de los objetivos de las consultas que sostienen los respectivos gobernantes, en cuya agenda abundan sin embargo los temas espinudos.

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Al mal tiempo buena cara: Alemania y Rusia subrayan el carácter estratégico de sus lazos.Imagen: picture-alliance/ dpa/dpaweb

Las consultas germano-rusas, que se desarrollan en la ciudad siberiana de Tomsk, no son un trámite cualquiera. Lo demuestra, desde ya, el tamaño y el calibre de la delegación que acompañó a la canciller Angela Merkel a su encuentro con el presidente Vladimir Putin: entre las 150 personas que la conforman se cuentan nada menos que 10 ministros y 20 representantes de la crema y nata del empresariado alemán.

Diálogo claro

Sabido es que el cariz emocional de las relaciones bilaterales se ha modificado desde que Angela Merkel asumió el gobierno en Berlín. Atrás quedaron los tiempos en que Putin tenía como interlocutor de parte germana a un amigo personal, reacio a formular críticas molestas. La canciller cambió el tono ya en su primera visita a Moscú y, desde entonces, se alaba sobre todo la claridad con que se plantean las cosas.

Pero también Angela Merkel tiene interés en garantizar la continuidad de los positivos vínculos desarrollados entre Berlín y Moscú. Por lo tanto, en Tomsk, habló de diálogo "abierto e intenso" y tanto ella como su anfitrión manifestaron la certeza de que esta visita arrojará por resultado una serie de acuerdos y convenios concretos, sobre todo en el ámbito económico. Las relaciones en este campo son, por así decirlo, el terreno más fértil y el más grato de transitar, si bien en la primera jornada de las consultas también se abordó un tema que ha causado asperezas: el de la energía.

Temas que sacan chispas

Las fricciones en materia energética no se derivan sólo de intereses económicos. También hay un componente político que quedó claramente de manifiesto cuando a comienzos de año Rusia redujo el suministro de gas a Ucrania. En Europa, el episodio fue interpretado como una forma de ejercer presión sobre el gobierno ucraniano, empeñado en un vuelco hacia Occidente, y como una señal de que sería aconsejable reducir la fuerte dependencia europea del suministro energético ruso. No sorprende, en consecuencia, que los planes de expansión del gigantesco consorcio Gazprom no encuentren a los europeos con los brazos abiertos. La molestia ha llegado al grado de que el propio Putin se quejó públicamente de un trato perjudicial, pensando en voz alta en la posibilidad de orientar la mirada hacia otros mercados, concretamente hacia la pujante región del Asia-Pacífico.

Ese no es, por lo demás, el único punto delicado en la agenda. También la postura adoptada ante el gobierno palestino de Hamás presenta divergencias: mientras la Unión Europea suspendió su ayuda económica, Rusia ofrece apoyo financiero. Y queda aún en carpeta el espinudo tema del programa atómico iraní, en el que Moscú ha intentado perfilarse con colores propios, no siempre a tono con los deseos occidentales. Complejo resulta pues el capítulo de la política internacional, que se dejó elegantemente para la segunda jornada de las consultas. Resulta aventurado esperar grandes novedades concretas en la materia. No obstante, la cosecha de acuerdos económicos promete ser pródiga y eso parece bastar para hablar, como lo hizo Merkel, de una "amplia cooperación estratégica".