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Niños de la calle en Alemania: entre las drogas y la burocracia

Maik Meuser/ LBM10 de abril de 2008

En Alemania, unos 20.000 menores de edad viven total o temporalmente en la calle, denuncia la ONG Terre des Hommes. Las estadísticas gubernamentales dicen que son 2.000. Demasiados, cualquiera que sea la cifra real.

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Drugstop: centro berlinés para chicos y chicas sin hogar.Imagen: DW / Maik Meuser

“Hay días en los que… así son las cosas. Y otros días es muy difícil. Sobre todo en invierno. El invierno es duro. Te puedes vestir todo lo que quieras que no dejas de tener frío”, dice Jan. Jan es uno de los 30 chicos que se han acercado este medio día a Drugstop, un centro para jóvenes vagabundos en el berlinés barrio de Friedrichshain.

Alemania es la tercera potencia económica del mundo, pero para 20.000 o 2.000 chicos y chicas, según a quién se quiera creer, tan flamante posición en los listados mundiales significa poco. Hasta los 14 años, el Estado es responsable de ellos. Después se abren las puertas de los centros de acogida, y muchos acaban en la calle.

Jan tiene 20 años y aspecto de cansado. El calor del local y la comida le permiten olvidar por unos minutos el gris que reina fuera. Aquí, otros como él superan la veintena. Pero también se reconocen caras de 15, 16, 17 años. No responden a preguntas. Jan es el único dispuesto a hablar con la prensa.

Ni novia, ni perro, ni nada que perder

Drugstop es más que un comedor: “siempre que haya que rellenar formularios, que tratar con la administración, estamos por lo menos nosotros”, cuenta Marc Lehmann, uno de los miembros del equipo. “Muchos chicos tienen dificultades a la hora de leer y escribir, muchas veces no entienden el lenguaje de los funcionarios y les suelen tener mucho miedo”.

Lindenhaus der Dresdner Tafel e.V. Straßenkinder in Deutschland
Centro para niños sin hogar en Dresde, este de Alemania.Imagen: picture-Alliance/dpa

La policía, el Departamento de Menores, la fiscalía… la lista de organismos a los que los jóvenes sin hogar han de enfrentarse es larga. Y se sienten superados. Lehmann y los suyos se encargan de ofrecerles lo que no reciben de nadie: apoyo.

“A la Deutsche Bahn [la empresa estatal de ferrocarriles alemanes] le debo ya 1.500 euros porque no tengo con qué pagar los billetes”, cuenta Jan. Cuando coge el metro lo hace sin ticket. Cada vez que pasa el revisor, le ponen una multa. “Algún día vendrán a buscarme y me meterán en la cárcel. De todas formas, no tengo mucho que perder. No tengo novia, ni perro y mi ropa se la puedo dejar a cualquiera”.

Las drogas se cobran sus víctimas

Los chicos como Jan viven en una carrera constante, en un intento inútil por dejar atrás los problemas que inexorablemente les siguen a todas partes. Las perspectivas de futuro no existen. Las decepciones se acumulan. Primero les defraudaron los padres, luego los amigos y, al final, se desilusionaron a sí mismos.

“No pienso mucho en el futuro porque ni siquiera sé si lo voy a lograr… si no espero nada de mí, no me puedo decepcionar por no conseguirlo”, dice Jan. Jan no pudo terminar el colegio. Ante todo, se interpusieron las drogas. Sobre ellas prefiere no hablar. Salvo sobre el alcohol: Jan bebe desde que tenía 13 años. “Todos los días. Se podría decir que soy un alcohólico”.

Straßenkinder in Berlin
Claudi y Leroy, niños de la calle en un centro Berlinés en 2004.Imagen: picture-Alliance/dpa

“Las drogas juegan un papel fundamental en la vida de los chicos de la calle. Yo diría que el 98% de los chicos con los que trabajamos sufren de algún tipo de dependencia”, comenta Lehmann.

El taller de Lehmann en Drugstop se llama “multicolor”. La idea es que los chavales confeccionen sus propias camisetas, sean creativos. Lo que hacen se lo pueden quedar y se les da una pequeña paga. Pero por encima de todo reciben un día sin drogas. Las drogas se cobran cada vez más víctimas.

“Sólo en nuestro centro, y hay otros que se dedican más concretamente al tema de las drogas, mueren al año entre tres y seis chicos. Chavales que conocemos y con los que pasamos mucho tiempo. En 2008 ya llevamos tres muertos, y eso es alarmante porque el año acaba de empezar”, cuenta Lehmann.

Jan lo sabe, y trata de ignorarlo. En su mochila no hay espacio para reflexiones. No es de extrañar, está llena. En ella se acumula todo lo que posee: “un saco de dormir, algo de ropa, mi cocina. ¡Sí!, tengo un pequeño fogón de camping, y también un cazo. Con eso me puedo hacer algo para comer”, dice.

Y así trascurre la vida en las calles de Alemania para Jan y los demás. “Hasta que algún día me harte. Pero para eso aún queda mucho. Todavía quiero ver el mundo”.