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China sigue reprimiendo olímpicamente

Emilia Rojas Sasse7 de agosto de 2007

Los llamados de defensores de los derechos humanos a presionar a China se multiplican con miras a las Olimpiadas 2008. Pero esa no es cosa fácil para los gobiernos occidentales, como lo demuestra el caso de Alemania.

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Una imagen inusual en Pekín: manifestación por la libertad de prensa.Imagen: AP

Faltando un año para los Juegos Olímpicos de Pekín, Amnistía Internacional (AI) vuelve a recordarle al mundo que la situación de los derechos humanos en China es simplemente “catastrófica”. Ejecuciones, campos de trabajos forzados, represión de la disidencia, cortapisas a la libertad de prensa siguen estando a la orden del día, sin que la mirada atenta desde el exterior perturbe a todas luces a las autoridades de Pekín. Algo que se puede atribuir al hecho de que la presión internacional se mantiene dentro de límites discretos. Palabras tan claras como las del experto de AI Dirk Pleiter, quien señaló que “las sostenidas violaciones de los derechos humanos en China constituyen un atentado a los principios fundamentales de la Carta Olímpica” no abundan ciertamente en la arena política.

La política de Alemania

El nuevo informe de Amnistía Internacional se inscribe en el marco de los llamados de diversas agrupaciones defensoras de los derechos humanos a aprovechar la ocasión que brindan las Olimpiadas 2008 para incrementar la presión sobre Pekín. Al fin y al cabo, también los chinos quieren lucirse como anfitriones y debería preocuparles que el tema ensombrezca la gran fiesta deportiva. Sin embargo, poco es lo que ocurre en este campo.

´El caso de Alemania permite ejemplificar las dificultades occidentales en el trato con el gigante asiático, que se convierte cada vez más en protagonista de la economía mundial. La canciller Angela Merkel ha intentado endurecer un poco el tono con respecto al que utilizaba su antecesor, Gerhard Schröder. En cuanto a las relaciones con Rusia, el cambio fue bastante perceptible, hasta el punto de que en un viaje a Rusia incluyó en la agenda un encuentro con grupos opositores. Pero, en lo tocante a China, la osadía tiene sus límites. Merkel, ciertamente, abordó el tema de los derechos humanos cuando viajó a Pekín, el año pasado, y también durante la visita que efectuó el primer ministro chino a Berlín. Pero, aparte de recalcar que son “irrenunciables” y deben tener validez en todas partes, no llegó más lejos.

Merkel in China
Brindis en Pekín: Angela Merkel con el primer ministro Wen Jiabao.Imagen: AP

Reproches sin consecuencia

Por su parte, el presidente alemán, Horst Köhler, tampoco se aventuró mucho por el espinudo camino de la discusión sobre derechos humanos al viajar a China en el mes de mayo. Bastante más claro había sido en el año 2003 su antecesor, Johannes Rau, que en un discurso pronunciado en la universidad de Nanking señaló: “cuando se trata de los derechos fundamentales de la persona, de la vida y la libertad, de la defensa ante la persecución, la privación arbitraria de la libertad y la discriminación… no se puede transar ni relativizar las posturas fundamentales”.

En el plano parlamentario las críticas han sido más desembozadas aún. Especial revuelo causó en mayo una resolución, aprobada por amplia mayoría en el Bundestag, en la que se instó a cerrar el campo de trabajos forzados de Laogai. Los parlamentarios alemanes reprocharon en esa oportunidad que en tales campamentos se viola la prohibición de trabajo infantil y se acepta la muerte de prisioneros producto de torturas, agotamiento y mala alimentación.

La reacción de Pekín fue una indignada protesta oficial, por lo que calificó de intromisión en los asuntos internos chinos. Esa es la respuesta que China esta acostumbrada a dar y probablemente seguirá dando, mientras las quejas internacionales no tengan mayores repercusiones concretas. Y eso es lo que ocurrirá mientras la mayoría de los países, como Alemania, sigan convencidos de que el futuro pasa por tener acceso al alucinante mercado chino.