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Temores y esperanza en la frontera germano polaca

25 de abril de 2004
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A una semana de la ampliación europea, la ciudad alemana de Fráncfort del Oder y la polaca de Slubice, comunicadas a través de un puente, viven el momento histórico con una mezcla de incertidumbre y esperanza. Las celebraciones de la ampliación se vivirán con una emoción especial el 1 de mayo en el puente sobre el río Oder, adonde se desplazarán los ministros de Asuntos Exteriores de Alemania y Polonia, Joschka Fischer y Wlodimiercz Cimoszcevicz.

La germano-polaca no es una frontera cualquiera porque la franja fronteriza de Polonia donde está Slubice era parte de Alemania hasta 1945, cuando los aliados diseñaron el nuevo mapa de Europa. El alcalde de Fráncfort del Oder, Martin Patzelt, sabe que el paro y unos costes laborales que en Slubice representan un tercio de los que rigen en la ciudad alemana son los mayores riesgos a los que se enfrenta la economía de la zona ante la ampliación.

El de Slubice, Ryszard Bodziacki, comparte esos temores y no se inmuta al formular otro: 'El 70 por ciento de la población activa se dedica a labores de policía de fronteras'. Eso traerá problemas en un futuro, pero no el 1 de mayo, pues los controles fronterizos se mantienen porque ninguno de los nuevos miembros cumple por completo las condiciones del espacio Schengen. Ninguno de los dos alcaldes tiene muy claro qué pasará cuando taxistas polacos se coloquen junto a sus compañeros alemanes en la parada junto a la estación de tren, como tampoco si los comerciantes polacos serán bien recibidos en el mercado semanal de Fráncfort.

'Hemos vivido juntos la guerra, el odio, la distancia, y ahora, de repente, nos encontramos ante retos globales', resume Platzelt. A pesar de que la tasa de desempleo ronda en Fráncfort del Oder el 20,8 por ciento, la criminalidad y los delitos con motivación racista y xenófoba que le habían dado muy mala fama se han reducido en los últimos años gracias a iniciativas ciudadanas de información. Fráncfort del Oder, que próximamente estará a 45 minutos de Berlín con el nuevo tren de alta velocidad, ha dejado de ser una reliquia de construcciones comunistas sobre todo gracias a la Universidad Europea Viadrina, en la que 5.000 jóvenes de 71 países estudian derecho, economía y humanidades. La incertidumbre de la ampliación también se nota en esa universidad, reconoce su vicepresidenta, Janine Nyken, para quien es una incógnita si la integración europea traerá más estudiantes polacos o si preferirán estudiar en otros países europeos.