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La fase final

24 de enero de 2005

La batalla de Stalingrado fue el punto de partida de la fase final de la Segunda Guerra Mundial: los alemanes habían sido derrotados.

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Soldados alemanes tomados prisioneros después de la batalla de Stalingrado.Imagen: AP


Pero a pesar de la invasión aliada, y de que militarmente Hitler ya había perdido la guerra, siguió alentando al pueblo para “la victoria final”. Noviembre de 1942 trajo cambios en varios frentes, tanto en el norte del África como en el Mediterráneo. Pero fue sobre todo la perdida batalla de Stalingrado, en invierno de 1943, lo que cambió el curso de la guerra.

Luchar en una guerra perdida

Hitler y sus generales siguieron la guerra, a pesar de la invasión de los Aliados en junio de 1944, y en contra de todo lo razonable. Con ello se prolongó el sufrimiento de miles de personas tanto en los diversos frentes en Europa como en los hogares de los soldados.

El bombardeo de las ciudades alemanas se volvía cada vez más insoportable y los soldados en el frente oeste luchaban vanamente. En el este también seguía la lucha encarnizada. Militarmente, la guerra estaba perdida, pero el Führer seguía fabulando sobre una "lucha final" y, sobre todo, la "victoria final".

Una leva de ancianos y niños

En otoño de 1944, Hitler envía al frente sus últimas reservas: ancianos y adolescentes. El 18 de octubre, el encargado regional de Prusia, Erich Koch, da a conocer públicamente el llamamiento de Hitler:

“Ordeno: Que en el territorio del Gran Imperio Germano se forme una leva militar alemana con todos los hombres entre los 16 y los 60 años. Defenderán el suelo patrio con todos los medios y las armas, mientras estén aptos para ello”.

En harapos contra los aliados

Medio millón les parecieron aptos, buena parte de ellos niños y enfermos, miserablemente armados y en ropa de civil. Obviamente no pudieron detener el avance de los Aliados, quienes en septiembre de 1944 habían llegado a la frontera alemana. En octubre, el ejército soviético pisa suelo alemán.

A apenas tres semanas de que los soviéticos empezaran la gran ofensiva, en enero de 1945, han liberado Polonia y han tomado parte del este alemán. Hitler no tiene nada con qué resistir. Nada aparte de cínicos discursos.

El último discurso

“Espero de los pobladores de la ciudad que fabriquen las armas para esta lucha y espero del campesino que se limite lo más posible y le entregue su pan a los soldados y trabajadores de esta lucha. Espero de todas las mujeres y las muchachas que apoyen esta lucha, como hasta ahora, con el mayor de los fanatismos. Deposito mi confianza, en especial, en la juventud alemana”, arengaba Hitler a la población en enero de 1945, durante su último discurso.

Y muchos jóvenes siguieron su llamamiento y arriesgaron su vida por una causa perdida hacía ya tiempo. Los Aliados cruzan el Rin a comienzos de marzo de 1945 y se dirigen hacia el este, hacia el corazón de Alemania.

“Victoria o muerte”

Así, mientras británicos y canadienses ocupan casi toda Alemania del norte, norteamericanos y franceses han tomado buena parte todo el sur. Sin embargo, el gobierno de Hitler sigue exhortando tanto a soldados como a la población civil a resistir. El secretario privado de Hitler, Martin Bormann, declara a comienzos de abril de 1945: "Ahora sólo hay un lema: victoria o morir. Que viva Alemania, que viva Adolf Hitler". Pues Hitler lo tiene decidido: si él muere, Alemania y los alemanes -jóvenes y viejos-, deben desaparecer con él.

Si a comienzos de la guerra, según las estadísticas, un recluta sobrevivía en promedio cuatro años, para la primavera de 1945 no llegaba a las cuatro semanas. La “lucha final”, como la denominaba la propaganda nazi, costó la vida de un millón y medio de combatientes entre diciembre de 1944 y mayo de 1945 – sin contar con las pérdidas sufridas por los Aliados. Y cada día que se prolongó esta guerra sin sentido significó más violencia, más destrucción, más muerte.