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Necesitamos urgentemente un nuevo sistema monetario

14 de octubre de 2010

Una guerra de divisas amenaza con acabar con la leve recuperación económica y generar una crisis peor que la recientemente sufrida. Evitar ese conflicto es vital, advierte Henrik Böhmer.

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Las feas palabras "guerra de divisas" vuelven a circular. Fue el ministro de Finanzas brasileño quien las utilizó hace dos semanas por primera vez. Y ya los bancos emisores y los políticos de todo el globo dibujan a partir de ellas un escenario que recuerda a la grave crisis de 1930. Entonces, a consecuencia de la depresión, cada país actuó por su cuenta, lo que sumió a las divisas en el caos y provocó el derrumbe del comercio. Precisamente eso se trató de evitar hace dos años, cuando la crisis financiera internacional hizo acto de presencia: las 20 principales economías del mundo dieron enseguida muestras de unidad, coordinaron sus actuaciones y sus medidas, inundaron los mercados de dinero y pusieron en marcha gigantescos programas de refuerzo de la coyuntura. Todo ello fue bueno y correcto, y con eso se extendió la esperanza de haber encontrado en el G20 el círculo apropiado para tratar los problemas de la economía mundial. Sin embargo, a todas luces no es así.

El resurgir de la guerra de divisas puede destruir de un solo golpe los modestos comienzos del G20. El asunto de la política monetaria lo demuestra claramente: no son 20 que no logran ponerse de acuerdo, sino 20 países que se ocupan en primer lugar de defender sus propios intereses nacionales. Eso demuestra que la promesa del G20 de renunciar en el futuro al proteccionismo no tiene ningún valor. Pero si este poderoso club fracasase ahora en la cuestión de las divisas- cosa que no puede descartarse- el mundo caerá en una crisis en comparación con la cual lo que acabamos de superar no será más que un juego de niños.

Por supuesto que todos conocen la base económica del problema: cuando más débil es una moneda, más competitivo es su sector exportador. Los chinos le demuestran al mundo desde hace años cómo funciona el mecanismo, y a la hora de aplicarlo no se dejan disuadir por nadie. De su lado tienen el mejor de los argumentos, uno que procede precisamente de Estados Unidos: “El dólar es nuestra moneda, pero vuestro problema”. Así describió a principios de los 70 el ministro de Finanzas estadounidense John Connally la posición de su país en lo que a los cambios de curso se refiere. Esta postura no ha cambiado desde entonces. La reserva federal estadounidense imprime sin fin dinero fresco, de manera que el dólar se mantiene débil y contribuye a mejorar la situación económica. Así, toda la presión que Washington pueda ejercer para que Pekín revalorice su moneda se desinfla al instante. Por otra parte, ya va siendo hora de que China se comporte como le corresponde a la segunda economía en importancia del mundo, y de tal comportamiento forman parten los cursos monetarios flexibles.

Pero no sólo el yuan chino esta depreciado, también el won coreano, el real brasileño, el peso argentino. En todas partes los bancos centrales toman medidas para evitar que aumente el valor de sus monedas. Todos estos son países del club del G20. Sin embargo, actualmente el círculo de los 20 es el único foro en el que se puede solucionar este problema. La política monetaria debe colocarse en la agenda, a ser posible ya en la del próximo encuentro a mediados de noviembre en Corea del Sur. Hay que implantar un nuevo sistema monetario lo antes posible. Lo difícil que va a ser la búsqueda de un consenso quedó ya patente en el encuentro anual del FMI y el Banco Mundial: aparte del reforzamiento de las posiciones propias, no se oyó allí nada nuevo. Si no se logran igualar al menos parcialmente los desequilibrios entre las divisas, la leve recuperación de la economía mundial tras esta dura crisis corre peligro de ser destruida violentamente.

Los europeos han sido hasta ahora sólo espectadores en el partido. Asustados lo están de todas maneras. El euro, el mismo al que muchos le pronosticaron un rápido final a principios de este verano, cuando la crisis griega se encontraba en su punto álgido, empieza a recuperar nueva fuerza. La política monetaria de quienes desde la Euro-Tower de Fráncfort velan por la divisa apuesta por los cursos estables y la baja inflación. Imprimir dinero porque sí no se le ocurriría aquí a nadie. Pero la humildad podría convertir a los europeos en los perdedores de esta guerra. Igual de peligroso sería participar en el juego de la depreciación. Éste puede traer éxitos a corto plazo, pero a la larga es una catástrofe. Un gran debate está aún por librarse.

Autor: Henrik Böhme

Editora: Emilia Rojas Sasse