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Niños narcotraficantes

24 de julio de 2010

Los vendedores de drogas apostados en las esquinas se han convertido en parte del paisaje urbano de Berlín; el problema se complica notablemente cuando éstos son niños que, si acaso, tienen doce o trece años de edad.

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Entre sus lugares de trabajo figuran las estaciones del metro de Berlín.Imagen: dpa

Su lugar de trabajo, por llamarlo de alguna manera, está en las estaciones del metro de la capital alemana; la mercancía que vende son pequeñas pelotitas de heroína. En los últimos días ha sido detenido tres veces por la policía berlinesa porque, aunque sólo tiene once años, este jovencito abandona el albergue de niños a su cargo para “hacer negocios” por las calles de la ciudad. El hospicio en cuestión es un refugio abierto y los jóvenes que lo habitan pueden salir y entrar cuando quieran.

¿Tiene sentido castigar a un traficante menor de edad?

En Alemania no se puede encarcelar a un niño, sus leyes establecen que sólo se les puede atribuir responsabilidad penal por un delito a partir de los catorce años de edad. Y el encargado de asuntos interiores del Estado federado de Berlín, Ehrhart Körting, no está interesado en que ese criterio cambie. “Un niño de doce o trece años no es malo por naturaleza”, sostiene Körting, y es con eso en mente que los funcionarios del Estado deben procurar rescatar al niño de contextos y prácticas criminales apelando a recursos pedagógicos y no penales.

Ehrhart Körting
Körting: “Un niño de doce o trece años no es malo por naturaleza”.Imagen: picture alliance / ZB

“A mi juicio, al vender drogas, esos niños están siendo víctimas de abusos”, agrega Körting. El pedagogo intercultural, Ali Maarouf, del Centro Árabe-Alemán, comparte el punto de vista del funcionario berlinés y enfatiza que son los jefes de los clanes criminales que utilizan a los niños como vendedores de drogas quienes deberían ser detenidos y castigados por la ley. Maarouf insiste además en que se recuerde que el fenómeno de los “Kinderdealers”, como se les conoce en Alemania, alude en realidad a un número pequeño de casos.

El debate está encendido

“Estos niños con víctimas, no victimarios”, subraya Maarouf. En la primera mitad de 2010 fueron detenidos en Berlín 26 menores de edad por incurrir en el tráfico de drogas; el año pasado fueron detenidos 35, especifica Körting, quien considera exageradas las cifras publicadas en los medios berlineses y se apresura a desmentir los rumores según los cuales la mayoría de los niños traficantes –algunos provenientes de campos de refugiados palestinos– han sido traídos de contrabando a Alemania por grandes familias árabes con fines criminales.

Jugendrichterin Kirsten Heisig
Heisig: “Los niños crecen sin control en esas estructuras criminales”.Imagen: dpa

Estas versiones empezaron a circular cuando la jueza de menores berlinesa Kirsten Heisig inició un debate sobre el tema, que, al menos desde la perspectiva de la comunidad árabe, sólo buscaba hacerle publicidad a su libro El final de la paciencia (Das Ende der Geduld). Entre otras cosas, Heisig escribió en sus páginas que “los niños crecen sin control en estas estructuras criminales”.

¿Mejor en la cárcel que en el albergue de niños?

Körting está convencido de que, en su mayoría, esta generación de relevo de criminales proviene de clanes familiares árabes que llevan varias décadas asentados en Alemania y tienen la ciudadanía alemana. Razón por la cual el encargado de asuntos interiores de Berlín está a favor de separar a estos niños de sus respectivas familias si se llega a demostrar que los menores de edad venden drogas por encargo de sus padres o representantes. Según Körting, los niños serían llevados a un albergue fuera de la capital, lo más alejado posible de la escena urbana que propicia el tráfico y consumo de drogas.

Ismail Ünsal, quien trabaja como orientador de jóvenes en una organización evangélica en el barrio berlinés de Neukölln, considera plausibles las ideas de Körting, pero advierte que el político socialdemócrata pierde de vista un elemento fundamental: los albergues, da igual de qué naturaleza, tienen muy mala reputación entre las familias árabe-alemanas. Ünsal cuenta que un padre de familia le dijo hace poco: “Es mejor que mi hijo vaya a la cárcel a que lo internen en un albergue fuera de Berlín”.

La solución al problema no ha sido hallada

Körting no ve otra opción que separar físicamente a los jóvenes en cuestión de la escena de la droga berlinesa. Y es que si hay una cosa que el político no quiere es construir “cárceles para menores”. Ünsal está de acuerdo con Körting, pero su reflexión sobre el asunto lo lleva a otra conclusión: ninguna estrategia para ayudar a estos niños delincuentes debe excluir el trabajo directo con sus padres y familiares; y Ünsal sabe lo que dice porque en eso consiste su labor diaria en Neukölln, considerado uno de los barrios con mayores problemas socioeconómicos y de integración de Berlín.

“Además, son muy pocos los jefes de familia que toleran que sus hijos incurran en actividades delictivas”, acota Ünsal, relativizando de nuevo la impresión de que el de los niños vendedores de drogas es un fenómeno de escala monumental. Algunos políticos locales exigen que los niños delincuentes sean recluidos en albergues cerrados, de donde no puedan salir sin control ni cuando lo deseen, y la idea de Körting no excluye del todo esa posibilidad; pero aún no se ha resuelto del todo el problema sobre cómo atender a estos jóvenes. Y el de los Kinderdealer no es un fenómeno exclusivo de la capital alemana.

Autor: Richard Fuchs / Evan Romero-Castillo

Editor: Pablo Kummetz